Orgullo y gratitud
Este es un momento importante de mi vida. Un momento de honra, de humildad y de gratitud. Me siento honrado por hallarme al frente de una gran Organización, basada en unos valores humanos que comparto plenamente. Me siento humilde ante la magnitud de la tarea que nos espera. Y me siento profundamente agradecido al Consejo de Administración por la generosidad y la profundidad de la confianza que ustedes han depositado en mí, al elegirme con un fuerte apoyo en todos los grupos. Haré todo lo que esté a mi alcance para justificar la confianza puesta en mí para ayudar a conducir a la OIT al siglo XXI.
Las responsabilidades del éxito
La OIT es uno de los organismos multilaterales con más éxito. Fue creada para promover los derechos fundamentales de los trabajadores, garantizar una amplia difusión de la prosperidad, fomentar el empleo remunerado, proporcionar protección social y mejorar las condiciones de trabajo. Y para lograr todo esto mediante el diálogo social entre trabajadores, empleadores y gobiernos.
Cualquiera que sea el patrón por el que se mida, la OIT ha tenido mucho éxito a la hora de adelantar estos objetivos en los países industrializados, donde ha habido un cambio social extraordinario desde 1919. El progreso ha sido mucho menos notable en el mundo en desarrollo, donde provengo, y en todas partes la mundialización está poniendo a prueba de diversas maneras la cohesión social.
La OIT no puede atribuirse el mérito de todos esos logros. Unos cambios tan fundamentales sólo pueden ser resultado de la lucha social, de los procesos políticos y del avance económico global. Pero la OIT ha contribuido en ocasiones de manera decisiva a estos cambios. Ha desempeñado un papel histórico al proporcionar un foro internacional tripartito, y su misión sigue siendo histórica.
En los 80 años de existencia de la OIT se han producido adelantos sociales sin precedentes en muchos países, y en éstos se ha cimentado con éxito su estabilidad social y política desde la posguerra. Fijémonos la ambiciosa tarea de hacer que la misma prosperidad, los mismos derechos y los mismos beneficios alcancen a toda la población trabajadora en el mundo del siglo XXI. Este sería un logro de dimensiones históricas. ¿Disponemos de la creatividad y de la flexibilidad necesarias para fijarnos este objetivo? Estoy convencido de que sí.
Un pasado de renovación y de adaptación
Si cabe extraer una enseñanza de la historia de la OIT, es la de que la renovación, el cambio y la capacidad de adaptación han sido esenciales para su éxito.
La OIT ha vivido uno de los siglos más turbulentos de la historia de la Humanidad. Nacida en un fugaz momento de esperanza, vivió la gran depresión y sobrevivió a una guerra mundial. Sobrevivió a estas catástrofes porque demostró una extraordinaria capacidad de renovación y de adaptación al cambio y a los retos. Concebida por y para los países industrializados del momento, actuó con rapidez y de manera creativa para forjarse un camino hacia la universalidad desde el punto de vista del número de sus Estados Miembros durante los dos decenios que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Desarrolló nuevos programas e instrumentos para prestar servicio a nuevos Miembros con distintas historias, tradiciones y circunstancias socioeconómicas.
Durante el período de la Guerra Fría, mantuvo su universalidad, insistiendo tenazmente sobre sus valores básicos y sobre la manera en que éstos debían llevarse a la práctica.
Con el final de la Guerra Fría y la aceleración de la mundialización, la Organización tiene nuevamente que dar muestras de esta capacidad suya para la adaptación y la renovación.
El vínculo espiritual con mis predecesores
Juntos hemos de dirigir a la OIT en esta nueva fase de creatividad y modernización. Al hacerlo, siento un profundo vínculo espiritual con mis predecesores.
He estudiado las declaraciones y políticas de los sucesivos Directores Generales de la OIT a lo largo de los años. Cada uno de ellos redefinió a su manera las tradiciones y valores fundamentales de esta Casa en función de las necesidades del momento y trató, también a su manera, de poner en práctica dichos valores. Recibo su legado con un profundo sentido de responsabilidad. Al jurar hoy mi cargo, rindo tributo a sus logros y me comprometo con los valores fundamentales que sostuvieron.
En esta ocasión solemne, quise que la historia estuviera presente en esta sala. Así pues, me honra dar hoy la bienvenida a Sylvie Junod, nieta de Albert Thomas, nuestro primer Director General y creador de la identidad de la OIT; a Mildred Morse, esposa del primer Director General de la posguerra, David Morse, cuya administración tuvo tales repercusiones que la OIT recibió el Premio Nobel de la Paz; a Jane Jenks, esposa de Wilfred Jenks, autor junto con Edward Phelan de la Declaración de Filadelfia. Y me agrada especialmente dar la bienvenida a Francis Blanchard, que llevó el timón de esta Organización a través de muchas tormentas de la Guerra Fría y que garantizó la solidaridad de la OIT en momentos críticos de la lucha con quienes combatían por la libertad y la dignidad humana en Europa y Sudáfrica. También he invitado a Jean-Jacques Oechslin, que entregó la mejor parte de su carrera profesional a nuestra institución. Les invito a aplaudir en ellos nuestra propia historia y el legado del compromiso que simbolizan.
También quisiera expresar mi agradecimiento a mi predecesor inmediato, Michel Hansenne, que defendió los valores sociales de la OIT a lo largo de un decenio de escepticismo y desafíos. Quiero darle una vez más las gracias por el apoyo que me brindó durante el proceso de transición.
Me siento privilegiado al entrar a formar parte de esta gran tradición, al ser el miembro más reciente de esta comunidad de valores compartidos. Se trata de una sensación de privilegio que comparto con todos aquellos que sirven y han servido desde cualquier puesto a la Organización.
Los retos son oportunidades
Los dos últimos decenios no han sido fáciles para la OIT.
El final de la Guerra Fría abrió el paso a un extraordinario consenso basado en los mercados abiertos, un nuevo espíritu de competencia y creatividad, y un mayor respeto de los derechos humanos y las instituciones democráticas. Pero esta evolución positiva oscureció las finalidades sociales del crecimiento económico y la importancia de contar con instituciones sociales vigorosas para lograr mercados fuertes.
Esto plantea retos a la OIT. La liberalización económica ha alterado las relaciones entre el Estado, los trabajadores y las empresas, y la gestión inadecuada, especialmente en el terreno financiero, ha contribuido a las crisis de Asia, América Latina y Europa oriental.
Los resultados económicos se ven más influidos por la fuerza de los mercados que por las normas jurídicas, las instituciones sociales o la intervención estatal. El predominio del desarrollo basado en el mercado está convirtiendo a la empresa en el arquitecto central del cambio social y en la fuente principal de empleos. Es indispensable que la OIT se comprometa vigorosa y creíblemente con la comunidad empresarial a alcanzar nuestras metas y promover nuestros valores.
Los cambios que se han producido en las pautas de empleo y en los mercados de trabajo han tenido profundas consecuencias para los mandantes de la OIT. El cambio social ha propiciado la aparición de nuevos y poderosos actores de la sociedad civil, la mayoría de los cuales se organiza al margen del proceso de producción. Las actitudes sociales han cambiado, cediendo el paso a un mayor individualismo y estrechando el consenso en materia de responsabilidad social colectiva.
La desigualdad dentro de los países y entre ellos ensombrece nuestro horizonte social y político. Hay 1.300 millones de personas que viven en condiciones de pobreza, mientras que 1.000 millones están desempleadas. Evidentemente, la estabilidad mundial no puede fundarse sobre la inestabilidad que afecta a tantas personas y familias. Es verdaderamente trágico que un siglo en el que se han registrado tantos avances sociales y en el que se han creado riquezas sin precedentes tenga que acabar con niveles tan elevados de incertidumbre humana de privaciones.
¿Cómo puede enfrentarse la OIT a estas realidades?/P>
En lo que a mí concierne, tengo confianza en que la OIT seguirá demostrando su pertinencia en el futuro. Nos encontramos en el umbral de un campo sembrado de nuevas oportunidades, y el portal está abierto. Los problemas de la seguridad de los seres humanos y del desempleo ocupan un lugar de la máxima importancia en los programas políticos. Siempre ocuparon el lugar principal entre las preocupaciones de la gente y de las familias. Las dimensiones sociales de la mundialización y los problemas y exigencias que este fenómeno plantea al mundo del trabajo son hoy preocupaciones clave de trascendencia pública.
Permítanme, pues, referirme a algunas de las nuevas demandas a las que se enfrenta nuestra Organización.
Tenemos que centrarnos en objetivos precisos. Necesitamos una orientación clara. Una visión de cuál es nuestro destino como institución y cuál es nuestra contribución específica a la búsqueda de soluciones para los nuevos problemas propios de este nuevo contexto. En mis propuestas de presupuesto presentadas al Consejo de Administración formulé cuatro objetivos estratégicos. Se trata de los siguientes:
Estoy convencido de que la finalidad principal de la OIT consiste hoy en contribuir a que todas las personas tengan la posibilidad de ocuparse en un trabajo decoroso. Los cuatro objetivos estratégicos que he enunciado deben concurrir hacia el logro de esta meta primordial. Para que los valores de la OIT se traduzcan en acciones concretas, y no sean una mera afirmación de nuestras convicciones, los cuatro objetivos estratégicos deben ejercer entre sí una acción recíproca y complementaria.
El desafío que debemos levantar implica, por ejemplo, que combinemos la promoción de los derechos fundamentales en el trabajo con el desarrollo de políticas propicias a la creación de empresas y al incremento del empleo. Debemos esforzarnos continuamente por establecer redes de seguridad social eficaces, pero sin ignorar la importancia que también tienen la creación de mecanismos de incentivo personal y el logro de la viabilidad financiera de tales redes.
Para que el trabajo sea una actividad decorosa, primero tiene que haber trabajo. La creación de empleo es ya la máxima prioridad política en todo el mundo. Ha llegado la hora de que también se convierta en la máxima prioridad económica. Quienes tienen la desgracia de estar desempleados conocen bien una realidad básica: sin trabajo, son pocos los derechos que el trabajador puede ejercer.
Es igualmente importante - y a este respecto, la OIT debería pronunciarse con especial energía - que impulsemos la ampliación progresiva de los derechos y la protección social de los trabajadores en todo el mundo. La eficacia económica y la eficacia social deben progresar paralelamente. En la búsqueda de este equilibrio, el tripartismo y el diálogo social están llamados a desempeñar una función esencial.
Estas son las interacciones creativas que percibo entre los cuatro objetivos estratégicos: necesitamos un intenso diálogo social y una intensa práctica del tripartismo. Se trata de las características que definen nuestra singularidad, los rasgos que nos distinguen de las demás organizaciones internacionales. En realidad, la nuestra es a la vez una organización pública y privada.
De nosotros dependerá que sea fuente de vigor o de debilidad. Un tripartismo divisor y un diálogo social en la OIT alimentado por la desconfianza y la defensa exagerada de intereses individuales y de grupo nos debilitará. En el mejor de los casos, ello da lugar a unos acuerdos basados en un mínimo común divisor, y al sentimiento de que la inacción o los aplazamientos constituyen soluciones adecuadas.
En cambio, un tripartismo solidario y fundado en el sentimiento de un objetivo común y de una voluntad de pertinencia como organización nos permitiría abordar las diferencias objetivas de intereses de una manera que fomente el máximo común divisor.
Un tripartismo divisor nos dejaría en la cuneta de un mundo en rápida evolución. Si damos la impresión de estar divididos, no nos van a tomar en serio. Pero un tripartismo solidario nos permitiría convertirnos en actores fuertes y respetados de la escena internacional. Si damos la impresión de estar unidos, nos van a hacer caso.
Hemos de tener la voluntad de triunfar en un mundo muy competitivo.
Somos una de las instituciones internacionales más antiguas, y al mismo tiempo la más moderna como consecuencia de nuestra composición.
Hemos de seguir adelante con la voluntad de ser los mejores en nuestro campo. La calidad es la prueba definitiva. Hemos de ser los mejores cuando nos reunimos como Conferencia Internacional del Trabajo, cuando nos reunimos como Consejo de Administración y en nuestras tareas diarias en la Oficina, tanto en la sede como en las estructuras exteriores.
Tenemos un mandato histórico. Pero un mandato no es un monopolio. Las políticas sociales, que en cierto momento fueron un ámbito exclusivo de la OIT, son cada vez más objeto de preocupación para otras organizaciones internacionales o privadas. Hemos de comprender que nuestro mandato sólo representa una oportunidad para demostrar lo bien que podemos realizar nuestra labor, lo bien que sabemos adaptarnos a las exigencias cambiantes del mundo real situado fuera de nuestras salas de reunión. Nuestro juez definitivo es la opinión pública.
Así pues, tenemos que poner continuamente al día y desarrollar sin cesar nuestra base de conocimientos, nuestras capacidades y nuestra comprensión de los problemas, en todos los niveles de la Organización, tanto en la Oficina como en nuestros órganos rectores.
Hemos de tener un diálogo y asociaciones más profundas con elementos exteriores a la OIT.
La OIT no puede cumplir bien con su mandato si está sola. Necesita asociarse. Ya he definido a la OIT como una Organización de conocimiento, servicio y movilización. Esto significa que nosotros sabemos lo que defendemos y estamos preparados para promover nuestras opiniones y comprometernos en un debate cuando los demás tengan opiniones distintas de la nuestra. No obstante, estamos abiertos para aprender de la experiencia de los demás. Hemos de identificar a los interlocutores con cuya colaboración podremos hacer progresar las causas que compartimos. Las posibilidades de asociación son inmensas: dentro del sistema de las Naciones Unidas, con las instituciones de Bretton Woods, con los gobiernos y las autoridades locales, con los parlamentos, con los centros de investigación y con las organizaciones apropiadas de la sociedad civil.
Para que las actividades de la OIT tengan influencia, tienen que enraizarse y estar inspiradas por las realidades de las sociedades a las que estamos sirviendo. Debemos ajustarnos a las mismas.
Hemos de tener la mente abierta a los demás. Esto nos enriquecerá. Perfilará mejor nuestro pensamiento y nos dará unas perspectivas complementarias. Será también una señal de confianza en nosotros mismos.
Necesitamos una gobernación y unas estructuras de gestión modernas.
La OIT necesita mejorar su gobernación y sus estructuras de gestión.
Como ya he dejado claro, me propongo poner al día y modernizar nuestro sistema de gestión, tanto en la sede como en las regiones.
Pienso que, como proceso complementario, sería útil iniciar unos intercambios oficiosos entre los miembros del Consejo de Administración sobre las maneras de mejorar nuestros métodos de trabajo y nuestra productividad.
Necesitamos una intensa asociación entre la Oficina y el Consejo de Administración.
Desde que fui elegido, he tratado de comunicar de manera oficiosa con los miembros del Consejo de Administración, para ponerlos al corriente de mi manera de pensar y pedir sus aportaciones. El proceso de preparación del presupuesto se cimentó sobre la base de una vigorosa comunicación recíproca. Este es mi estilo, y creo que esta será la mejor manera de conseguir buenos resultados. Seguiré procediendo así.
Estoy firmemente convencido de que nuestra eficacia institucional radica en una asociación estratégica entre el Consejo de Administración y el Director General, como jefe de la Oficina. Ustedes tienen la responsabilidad de la gobernación y de la supervisión; yo tengo la de la gestión y de la representación. Juntos, tenemos la responsabilidad de garantizar el éxito de la OIT siguiendo las orientaciones generales de la Conferencia.
Mi enfoque sobre algunas cuestiones concretas.
Como primer Director General de la OIT procedente del mundo en desarrollo, me siento especialmente responsable de garantizar que la dimensión del desarrollo quede integrada en todas las actividades de la OIT. Me propongo llevar a la práctica esta perspectiva del desarrollo de manera concreta. Deseo en especial dedicar una atención preferente a los problemas de los trabajadores pobres en la economía no estructurada. Se trata de una necesidad fundamental en la totalidad de lasa regiones en desarrollo. Como bien saben mis amigos africanos, en ningún sitio es tan cierta esta afirmación como en su continente.
Son bien conocidas mis opiniones en relación con las cuestiones de género. Pienso que las preocupaciones de género no se pueden separar de las preocupaciones de desarrollo. Una perspectiva de género resulta imperativa para la OIT en la actualidad, y ello no sólo por razones de equidad y de juego limpio, sino porque los mercados de trabajo se están redefiniendo cada vez más en función de la participación y de las actividades de las mujeres.
La Declaración de principios y derechos fundamentales en el trabajo se adoptó como un instrumento de promoción. Tengo intención de promover la Declaración con arreglo al espíritu en el que se adoptó. Dejé clara mi postura incluso antes de asumir el cargo de Director General. Para que sea eficaz y que reciba el máximo apoyo, la Declaración no puede someterse a ningún tipo de condicionalidad. En caso contrario, correría el riesgo de perder su legitimidad a la hora de definir las obligaciones mínimas que incumben a todos los miembros de la OIT.
Sobre esta base, y dada su universalidad, la Declaración debería convertirse en un objetivo común del sistema multibilateral en su conjunto, incluidas las instituciones de Bretton Woods. La OIT debería tratar de colaborar con todas las organizaciones en un esfuerzo común destinado a reforzar su puesta en práctica. Con este fin, me atrevería a esperar que todas las organizaciones desempeñaran un papel. Como mínimo absoluto, deberían comprometerse a no emprender políticas cuya consecuencia práctica fuera el ignorar tales derechos. Confío en que la mayoría irán más allá.
Para tratar de aplicar este enfoque, deberíamos poner en marcha cuanto antes un mecanismo de supervisión eficaz dentro de la OIT. Esto bastará para dotar de credibilidad a la Declaración e instaurará métodos de trabajo que crearán confianza y permitirán dejar de lado las controversias persistentes.
Acabar con el trabajo infantil es ya un objetivo en sí mismo. También es una manera eficaz de promover el desarrollo económico y humano. Con el IPEC, la OIT ya dispone de un arma eficaz para respaldar sus actividades normativas. Espero con ansia la aprobación de un nuevo convenio sobre el trabajo infantil durante el próximo mes de junio. Proporcionará un enfoque sobre las peores formas de trabajo infantil y prestará una atención especial a grupos de destinatarios prioritarios sobre los que todos podamos estar de acuerdo. Ello garantizará que el programa cuente con el máximo apoyo y consenso.
Aunque la OIT siempre ha promovido valores y objetivos universales, no puede prescribir soluciones universales. Esta postura es hoy más válida y necesaria que nunca. Vivimos en un mundo multicultural, con una rica diversidad de tradiciones e instituciones. Debemos, pues, manifestar el debido respeto a la diversidad cultural e institucional de los Miembros de nuestra Organización.
Para ser eficaces, debemos esforzarnos por armonizar el crecimiento económico con el progreso social, la eficacia con la justicia, la libertad con el orden y el cambio con la estabilidad. Debemos inspirarnos en un enfoque que realce el diálogo y la negociación entre organizaciones sociales autónomas y democráticas, representativas de los intereses de todos los grupos de la sociedad.
Debo terminar con una declaración personal. Me siento profunda y permanentemente comprometido con la promoción y el respeto de la dignidad humana. Abrigo un profundo ideal , que es el de lograr hacer de nuestro mundo un mundo mejor. Creo que el sentimiento humanitario y la solidaridad son los cimientos de las sociedades donde es posible vivir y lograr el crecimiento personal. Considero que contaremos con mejores políticas cuando comprendamos cómo afectan a las vidas de cada ser humano y a la de sus familias. Estos valores orientarán mis acciones con una visión realista de lo que es posible, pero también estoy convencido de que la historia enseña que lo que hoy parece imposible se convierte a menudo en el sentido común del mañana.