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85.a reunión


Alocución de Su Majestad
el Rey Hussein Ibn Talal,
del Reino Hashemita de Jordania

13 de junio de 1997


En nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso! Es un placer y un honor para mí hallarme entre ustedes hoy, con ocasión de la 85. reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo, y en respuesta a la gentil invitación de mi estimado amigo, el Sr. Michel Hansenne, Director General de la OIT, quien cuenta con mi profundo respeto y aprecio por la dura labor que lleva a cabo, y por su reconocida experiencia y sabiduría en el desempeño del conjunto de sus responsabilidades. También me complace felicitar a Su Excelencia, la Sra. Olga Keltoová por su elección como Presidenta de esta Conferencia, y desearle el mayor éxito en la presente reunión. También deseo saludar a los jefes y miembros de todas las delegaciones que participan en esta reunión única de los tres pilares de la producción: los gobiernos, los empleadores y los trabajadores. Esta estructura tripartita es, de hecho, la razón de ser de la fuerza de la OIT y de su continuidad en un mundo siempre cambiante.

Durante los últimos decenios, hemos realizado grandes progresos en Jordania a todos los niveles, tanto político como económico, social y legislativo. Nuestra infraestructura constituye una sólida base para nuestro esfuerzo de desarrollo. Siempre nos hemos tomado tiempo para reexaminar nuestras políticas y dar los pasos necesarios para introducir reformas con arreglo a las necesidades del momento, y para responder a los avances aún más gigantescos de la innovación tecnológica y de un entorno regional e internacional cambiante. Nuestro programa de reestructuración de la economía es una prueba de la adaptabilidad en el ámbito económico y de nuestra voluntad de lograr el más alto grado posible de independencia en un entorno equilibrado, flexible y competitivo, y ello con miras a garantizar la transición sin sobresaltos a unos niveles de actividad económica más elevados.

La concertación y el diálogo democrático pacífico con todas las partes han sido el sello característico que nos ha permitido lograr un consenso entre nosotros. Al garantizar que todos los intereses se tomaban en consideración, hemos logrado aminorar las consecuencias de las contradicciones y de los desequilibrios. Este enfoque es la única alternativa a la lucha y a la confrontación. Siempre hemos reconocido que el individuo es el principal recurso con que cuenta Jordania, y que ha permitido compensar nuestra falta de recursos naturales. Nuestras políticas siempre se encaminaron a la mejora del nivel de vida del jordano medio y a proporcionar el necesario bienestar social.

La Constitución jordana proclamó, hace ya más de 45 años, los nobles valores del trabajo y protegió los derechos de los trabajadores sin ambigüedad, sobre la base de la claridad y la justicia. Desde que se promulgara nuestra Constitución y nuestra adhesión a la OIT en 1956, siempre nos inspiramos, y seguiremos inspirándonos, en los principios de la OIT para elaborar nuestra legislación en materia laboral, de formación profesional y técnica, y de la seguridad social.

Mi Gobierno ha ratificado seis de los siete convenios básicos relacionados con los derechos humanos. El último convenio ratificado por el Gobierno ha sido el Convenio sobre la edad mínima, 1973 (núm. 138), convenio que está siguiendo los necesarios trámites constitucionales para su adopción definitiva y su posterior aplicación. En lo que atañe al Convenio sobre la libertad sindical y la protección del derecho de sindicación, 1948 (núm. 87), la legislación en vigor en Jordania ya estipula la protección de la libertad y de los derechos laborales, así como el derecho de organizarse en asociaciones profesionales y laborales. Ello no obstante, este Convenio merecerá toda la atención y consideración de mi Gobierno.

Aprovecho esta oportunidad para recalcar las excelentes relaciones de Jordania con la OIT y con sus diversos integrantes, y espero que disfrutaremos en el futuro de unos niveles de cooperación aún mayores.

No fue coincidencia que en 1994 el mundo entero se sumase a esta Organización para celebrar dos importantes acontecimientos: el 75.o aniversario de la creación de la OIT y el 50.o aniversario de la famosa Declaración de Filadelfia. Tampoco es coincidencia que la OIT haya recibido el premio Nobel de la paz en 1969, con ocasión de su 50.o aniversario. Todo ello se produjo como muestra de reconocimiento y valoración del importante papel desempeñado por esta Organización, que es única en el ámbito internacional como consecuencia de su composición tripartita y de sus raíces históricas basadas en una filosofía que se centra en la persona, cualquiera que ésta sea, con independencia de su origen, su color, su nacionalidad o su credo, recalcando siempre la importancia de la paz mundial y del logro de la justicia y el bienestar social, espiritual y material para la humanidad. Así pues, una organización de este tipo tiene derecho a todo nuestro respeto y aprecio, y merece nuestro apoyo sin condiciones, tanto en el plano nacional, como en el regional o el internacional, para que podamos encaminarnos juntos hacia un nuevo y brillante futuro.

Nuestro mundo presencia hoy el advenimiento de una nueva era, una verdadera revolución en todos los sentidos, en el de la ciencia y en el de la mundialización, una revolución que augura el nacimiento de un nuevo concepto de excelencia y de innovación, añadiendo nuevas dimensiones a la industria, a la producción y a las comunicaciones. Abrió la puerta a nuevos aspectos del conocimiento que han transformado al mundo en una aldea global, eliminando las fronteras, tirando abajo muros y desmantelando las barreras psicológicas y materiales que existían entre los pueblos y las naciones, acabando así con la era del aislamiento y apagando los rescoldos de la guerra fría. Esta revolución nos ha impuesto a todos nosotros y a la comunidad internacional nuevas realidades prácticas con nuevos desafíos y problemas de naturaleza diferente, que nunca habían sido afrontados antes por la humanidad.

Esta revolución tiene lugar en un momento en que el mundo sigue sufriendo a causa de muchos y preocupantes problemas sociales y laborales: pobreza creciente, aumento del desempleo, disminución de los medios de producción, necesidades siempre crecientes de formación profesional y tecnológica, empeoramiento de las condiciones de empleo, problemas relacionados con la mano de obra migrante, el empleo de las mujeres, de los niños y de los jóvenes, así como el empleo de las personas con necesidades especiales y muchos otros problemas que tienen lugar en el lugar de trabajo. Además, los problemas que existen en los países en desarrollo y en los países menos desarrollados, tales como, por ejemplo, un crecimiento crónicamente lento, la falta de recursos naturales, una baja capacidad de financiamiento y de inversión, una carga de la deuda creciente, así como los peligros del aislamiento, de la injusticia y, por último, su marginación económica y política, son todas cuestiones que afectan su ajuste y su integración en la economía mundial.

Habida cuenta de estos cambios, está claro ahora que las naciones y las organizaciones internacionales se han lanzado en una competencia injusta, que ha dado lugar a una situación en la cual el poder económico prima sobre las cuestiones sociales y afecta negativamente a los logros alcanzados en el campo del desarrollo y de la seguridad social por millones de trabajadores de todo el mundo a través de arduas labores durante tantos años. A este respecto, desearía recalcar que el diálogo democrático entre las partes interesadas es la única manera de que el conflicto ceda su lugar a la armonía que nos lleve a encontrar una solución justa y equilibrada a todos nuestros problemas.

Es de buen augurio que, durante varios años las Naciones Unidas, sus organismos especializados (entre los cuales figura la OIT) vengan aplicando no sólo una forma más pragmática y objetiva de considerar las cuestiones del mundo, sino también una visión clara y un sentido de la responsabilidad cada vez mayores. Pensamos con optimismo que la OIT está siguiendo muy de cerca los resultados positivos de la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social celebrada en marzo de 1995. La Declaración de la Cumbre de Copenhague debería permitir la aparición de un orden mundial justo, abierto y eficaz que equilibre los costos y los beneficios de la mundialización entre todas las naciones del mundo.

Mediante su participación activa y diligente en el proceso de paz, Jordania demostró su creencia, que se forjó hace ya mucho tiempo, en una paz justa, global y duradera en el Oriente Medio, al firmar un acuerdo de paz con Israel en 1994. Hemos cumplido totalmente con las condiciones y obligaciones de dicho tratado, puesto que siempre hemos creído que la verdadera paz exige que todas las partes interesadas cumplan totalmente con sus compromisos, tanto en la letra como en espíritu. Lo que se necesita ahora para que continúe el proceso de paz es un cese completo de las políticas y prácticas discriminatorias que van en contra de la legitimidad internacional, tales como las políticas de los asentamientos, la confiscación de tierras, sobre todo en la parte árabe de Jerusalén, y la manipulación demográfica, actos que, tanto conjunta como individualmente, violan la obligación de buena fe para discutir todas estas cuestiones en la situación actual y al final de las negociaciones. Estas prácticas y estas políticas ponen en peligro la esperanza y van contra el deseo de lograr una paz duradera, justa y global. Estas políticas también podrían tener efectos adversos sobre los esfuerzos para reactivar los otros procesos de paz.

Por nuestra parte, seguiremos luchando para lograr esta paz, una paz en la cual creemos. Una paz justa, global y duradera, es una paz que le dará a las generaciones futuras de los hijos de Abraham las oportunidades que siempre han esperado. Una paz en la cual Jerusalén será el símbolo de la convivencia armoniosa de los creyentes de las tres religiones monoteístas. Una paz en la cual la piedad nos permitirá alabar a Dios y a nadie más que a Dios.

En esta paz, Jerusalén representaría el logro de una paz árabe-israelí y, más particularmente, de una paz palestino-israelí en una ciudad abierta que constituya, en sus partes occidental y oriental, la capital tanto de Palestina como de Israel, o que permita que los palestinos y los israelíes, dentro de los parámetros y las normas del derecho internacional, logren concluir al negociar un acuerdo final sobre la condición de Jerusalén.

Para concluir, reconocemos que la OIT es la luz que guiará a las generaciones futuras del mundo, ansiosas de seguridad y de una verdadera estabilidad económica y social, hacia un nuevo amanecer, a una paz justa y válida para todos.


Puesto al día por VC. Aprobada por RH. Ultima actualización: 26 de febrero de 2000.