88.a reunión, 30 de mayo - 15 de junio de 2000 |
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Alocución
del Sr. Mario Alberto Flamarique, |
Es un gran honor para mi país y para el Gobierno de la República Argentina encabezado por el Presidente Fernando De la Rúa, el haber sido elegido Presidente de esta 88.ª reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo. Quiero manifestar mi gratitud a los distinguidos delegados de todos los grupos regionales y a los representantes de los empleadores y de los trabajadores por su apoyo, y por la confianza que han depositado en mí.
Quisiera también expresar mi especial agradecimiento a los países de América por su apoyo a mi candidatura. Es un motivo de orgullo presidir la Conferencia de un organismo especializado que celebró sus ochenta años en 1999, y que aun en los momentos más difíciles supo mantener sin claudicar los principios y derechos que se reflejan en su carta constitutiva. Es particularmente importante para mí, además, asumir esta alta responsabilidad en la primera Conferencia del milenio. Ese carácter nos obliga y nos compromete a todos a iniciar una nueva etapa y a producir frutos que sean tan significativos como el acto que celebramos.
En 1998 se celebraron los cincuenta años del Convenio núm. 87, y en 1999 el cincuentenario del Convenio sobre la negociación colectiva. Se trata de cosechar el esfuerzo que se ha realizado durante el último siglo y de volver a sembrar metas que resulten tan provechosas para lo que está por venir.
El orden del día de esta 88.ª reunión viene justamente a plantearnos, en el enunciado de sus temas, problemas que significan un desafío singular para la Organización. Quiero que sepan que, en mi calidad de Presidente de esta Conferencia, haré todo lo que esté en mis manos para colaborar por el tratamiento satisfactorio de los temas incluidos en el orden del día.
La Memoria que presenta el Director General para la consideración de esta distinguida Conferencia nos permitirá certificar el grado de cumplimiento del programa y de las actividades de la Organización durante el período 1998-1999.
El Informe global, Su voz en el trabajo, por su parte, nos da el sustento para un adecuado seguimiento por esta Conferencia de la Declaración relativa a los principios y derechos fundamentales en el trabajo. La OIT ha sabido construir a través del diálogo un escenario de equidad para el mundo del trabajo sobre la base de la discusión tripartita. Ello implica un profundo compromiso democrático de los interlocutores sociales para conciliar sus intereses comunitarios en la búsqueda de espacios colectivos, donde resulte posible construir consensos que luego se plasmen en normas y recomendaciones.
En esta Conferencia, la OIT deberá demostrar nítidamente — como pocas veces antes —, su capacidad de asumir con plena responsabilidad su rol de velar por el cumplimiento de los convenios y asistir a los Estados Miembros en su plena y correcta aplicación, muy especialmente, aquellos incluidos en la Declaración de 1998.
En el cumplimiento efectivo de los principios y derechos del trabajo encontramos uno de los basamentos esenciales de todo desarrollo social y democrático. Otros puntos principales dentro de la temática a debatir en estas sesiones se orientan en el sentido que vengo expresando. A partir de los derechos fundamentales que se apoyan en la idea de la dignidad del trabajo, resulta prioritario realizar una cuidadosa revisión del Convenio sobre la protección de la maternidad. Estaremos poniendo en consideración ciertas disfuncionalidades que incrementan la inseguridad así como las desigualdades irritantes e inaceptables en un mundo civilizado y solidario como el que queremos ser.
En esa discusión centramos varios aspectos transcendentes tales como la relación filial, la constitución de la familia, la protección del niño y la defensa de la trabajadora que es madre. Esta Conferencia tiene la posibilidad de avanzar positivamente en ello. Exhorto a esta Conferencia a trabajar en ese sentido.
Quiero adherir a la justa afirmación del señor Director General, en cuanto a que los avances innegables en los dominios de la técnica han generado un deterioro general del empleo, y con descompensaciones preocupantes no deseadas en las fuerzas de las relaciones del mercado de trabajo. En ese marco, las mujeres constituyen uno de los grupos más vulnerables, y entre ellas las jóvenes trabajadoras madres.
Es necesario que alentemos el libre desarrollo de las organizaciones de empleadores y de trabajadores; sin ellas la negociación se resiente. Junto a ello, la búsqueda de la calidad, la innovación continua, la capacidad en la diversidad con empleo aceptable y bien renumerado, son condiciones para que la globalización abra las oportunidades para una sociedad capaz de producir su bienestar con equidad.
La globalización desde este marco de entendimiento y solidaridad debe resguardar al débil y eliminar las fuertes desigualdades y aberrantes inequidades que parecen desmentir la Declaración de Filadelfia. La inseguridad — de cualquier orden — no es aliada del crecimiento. No podemos desarrollarlos sin crecer, sin perder el miedo. Debemos insistir en legislaciones modernas favorables al logro de la productividad y competitividad que aseguren para todos los beneficios del empleo y salarios por indispensables coordinaciones sociales y económicas que destierren las incertidumbres.
La globalización, desde este marco de entendimiento y solidaridad, debe eliminar las desigualdades e inequidades que genera, y que van en sentido contrario a la Declaración de Filadelfia.
Estamos ingresando en el siglo XXI con profundas contradicciones. El desarrollo tecnológico y los crecientes flujos de comercio abren inéditas perspectivas de progreso a la humanidad, pero al mismo tiempo el largo y doloroso ajuste a la nueva economía mundial crea incertidumbre y en muchos casos aumenta la desigualdad. El desempleo, la pobreza y la exclusión continúan siendo su resultado. Revertir esta situación y recuperar el camino del progreso social o como acertadamente dijera el Director General en su Memoria del año pasado, proveer un trabajo decente con protección general y seguridad social para todos es el desafío de nuestra generación. Podemos hacerlo, vivimos en una época de indudables dificultades pero también de grandes oportunidades para producir los cambios que la sociedad espera.
Se pueden ahondar las desigualdades como temen los manifestantes de Seattle, Davos y Washington. Pero también se pueden aprovechar las transformaciones para construir una sociedad más justa, equitativa y solidaria. La sociedad económica del siglo XXI tiene una potencialidad mucho mayor que la sociedad industrial del siglo XX para generalizar el bienestar, entre otras razones porque la base tecnológica para aumentar la productividad — y por tanto crear más empleo de buena calidad — es cada vez más barata. Que ocurra una cosa u otra depende esencialmente de cómo encaremos los problemas que resultan del nuevo escenario económico mundial. La demanda de equidad tiene un fundamento ético y a la vez político: un sistema de exclusión es incompatible con el contrato social democrático. Pero también es cierto que la demanda que señalamos no puede disociarse de la búsqueda de la competitividad, y ésta no puede lograrse aislándose del mundo.
Para alcanzar los objetivos propuestos, la OIT es el instrumento adecuado. Y ello por tres razones, cuando menos: 1) es el ámbito por excelencia del acuerdo social tripartito; 2) es el más importante laboratorio mundial de investigación y difusión de nuevas ideas en el mundo del trabajo, y 3) es el órgano de seguimiento y cumplimiento de los convenios que emanan de su actividad. Los gobiernos de los Estados Miembros tienen la responsabilidad directa en el diseño y puesta en práctica de las políticas sociolaborales.
La responsabilidad no se limita a los gobiernos sino que se extiende a todos los interlocutores sociales. Para lograr el empleo en cantidad y calidad se necesitan buenas políticas públicas, pero lo que es más importante todavía: se necesita movilizar las energías de toda la sociedad. Crear empleo es trabajo de todos. Se trata, distinguidos señores y señoras delegados, ni más ni menos que de asumir que la OIT con su tradición de convenios y recomendaciones, se ha introducido en el mundo de las relaciones laborales para hacer de la prestación de servicios personales a terceros un trabajo decente.
Quiero decirles que me convoca la posibilidad de que en el siglo naciente podamos todos, gobiernos y actores sociales juntos, hacer de la OIT un instrumento de construcción social apto para derrotar las injusticias y útil para terminar con las exclusiones.
Puesto al día por HK. Aprobada por RH. Ultima actualización: 2 de junio de 2000.